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Qué se sabe de mí en internet y cómo me puede afectar
Juan Sebastián Montoya y Andrés David Parada Argüello, colaboración para la Facultad de Comunicación y Lenguaje
Todos nuestros movimientos y publicaciones en internet pueden llegar a convertirse en algo diferente a lo que pensamos. Aprendamos a reconocer nuestra identidad digital y empecemos a tener control sobre ella.
¿Cuándo fue la última vez que usaste tu celular o tu computador? ¿Recuerdas todo lo que hiciste? Puede que hayas revisado tus mensajes, de pronto algún correo y, luego, haber visto quiénes publicaron en Instagram o Tiktok. Todo eso, que pasa en cuestión de segundos o minutos, es probable que lo olvidemos más adelante; internet, no. Tendemos a usar los diversos recursos que nos trae internet como si estos hubieran estado allí desde siempre para ayudarnos. La realidad es que muchas veces desconocemos el costo de los servicios que utilizamos y a qué nos exponemos con ellos. A fin de cuentas, ¿acaso recibimos algún tipo de formación antes de sumergirnos en el mundo digital para conocer y gestionar las implicaciones de esto?
Estas preguntas fueron uno de los puntos focales en el taller sobre riesgos psicodigitales, realizado con los expertos Juan José Martí, doctorado en psicología, investigador sobre activos digitales humanos y director de la oenegé Cibersalud, y Mauricio Villegas, coach en alta dirección, experto en liderazgo y habilidades de negociación. Pareciera como si hubiéramos entrado en este nuevo mundo digital a través de una gran ola que nos arrastró a él. Esta pudo haber venido a través de nuestros amigos, colegas, hermanos, hijos o nietos, pudieron traer alguna pantalla a nuestras vidas: iPad, computadores o tabletas, por ejemplo. Ya seamos nativos digitales o no, lo cierto es que, por cualquiera de los dos caminos, ya fuera el social o el personal, hemos llegado a manipular alguna herramienta tecnológica, pero sin preguntarnos por las implicaciones y consecuencias de su manejo.
El entorno digital llegó con la promesa de poder interconectarnos y relacionarnos más allá del espacio físico. Con esa idea en mente, hemos creado blogs, páginas web y perfiles en redes sociales donde nos mostramos y esperamos así poder compartir con otros. Sin la necesidad de nuestro cuerpo físico para interactuar, hemos construido nuestras personalidades en este espacio virtual. Gracias a nuestro movimiento en este entorno, se han ido sumando poco a poco las piezas de los datos que dejamos en diversos blogs, documentos, aplicaciones, plataformas, suscripciones, entre otras. El resultado es una identidad que existe, que aparece al buscar información sobre nosotros en internet, pero que no necesariamente dominamos o corresponde a lo que queremos que se sepa de nuestra vida.
Esa es nuestra identidad digital. El taller que se dictó en la Javeriana, gracias al Proyecto de Planeación Universitaria Plataforma Abierta de Ciudadanías Digitales, y las reflexiones de este texto son importantes, pues nos ayudan a reconocer estos fenómenos digitales. Solo pensemos en lo siguiente: ¿qué foto tenemos de perfil en Instagram?, ¿qué información tiene nuestro perfil de Facebook?, ¿qué videos compartimos públicamente de nuestro Tiktok o en Reels? De cierta manera, tenemos la libertad de construirnos como queremos ser vistos, de construir nuestra propia narración con lo que queremos mostrar y que nos relacionen con eso. Hasta cierto punto, es cierto que a través de nuestra identidad digital muchos hemos podido conocernos y explorar diferentes rasgos propios a partir de nuestras decisiones. Sin embargo, ¿sabemos las repercusiones de estas creaciones digitales?
Para lograr crear esta nueva identidad, debimos estar dispuestos a dar información personal que sirvió para su construcción. Es probable que no hayamos pensado mucho sobre ello al inicio y más ahora, con lo normal que es dar nuestros datos para acceder a diferentes servicios en línea. ¿Cuántos, en verdad, habremos leído los términos y condiciones de una aplicación? El problema es no tomar conciencia sobre lo que estamos dando, ni saber qué le pasará a la información suministrada.
Internet, junto con todo lo que devenga de él, es un servicio, una herramienta que toca saber cómo manejar de manera crítica y consciente. Ella, no obstante, viene cargada con ciertas ficciones a través de las cuales hemos configurado nuestras relaciones en lo digital: poder estar en contacto con muchos desde diversas partes del mundo. Junto a esta idea de conexión, viene la idea de privacidad e intimidad que uno puede llegar a tener en el entorno digital; efectivamente, uno puede estar abierto a compartir, pero algunas cosas queremos que sean solo para un grupo selecto. Servicios como las redes sociales refuerzan esta idea bajo nociones como perfiles «privados» o buscadores de navegación a través de la ventana «incógnito», donde se guarda una idea de intimidad para la persona. ¿Cuántos hemos usado modo incógnito para intentar no dejar huellas de alguna búsqueda hecha, de pronto algo personal o secreto, de pronto para ver Pasión de Gavilanes o Betty la Fea?
A la hora de manejar estas herramientas, lo mejor es adentrarse con la idea de que todo aquello en la red y todo lo que yo esté dispuesto a subir a la red es público. Mis fotos, mis comentarios, mis videos, mis escritos, todo puede llegar a ser visto o accedido por un número indefinido de gente, sin que yo tenga verdadero control sobre ello. Junto a esto, hay que sumarle el hecho de que nuestra información puede estar rondando también a través de otros usuarios con los cuales yo tengo relación: amigos, familia o colegas, por ejemplo. Todo ello configura un gran registro de información sobre nosotros que se encuentra en internet y que también son llamados por autores como Juan José Martí, Claudia Tello y Vanesa Pérez como «activos digitales humanos (ADH)».
Los ADH constituyen toda la información generada en línea del usuario como fotos, comentarios o demás. Estos pueden adquirir un valor para el usuario, a nivel monetario, social, laboral, interpersonal, mediático o demás. Desde que entramos en el entorno digital, estamos produciendo estos activos que, si no tenemos conciencia y cuidado de ellos, puede que no tengamos control de lo que les depare. Así como nosotros podemos darle valor a los ADH, otros también pueden hacer lo mismo frente a nuestra propia información. No poder limitar la influencia de los otros es uno de los peligros a los cuales nos exponemos.
Es así como, en muchas ocasiones, una entrevista callejera ha terminado por convertirse en meme de burla para transmitir ideas totalmente alejadas del contexto original; datos de contacto de personas han resultado circulando libremente por Internet, o fotos personales han sido sacadas de contexto mientras ruedan de una red a otra. ¿Será que la foto en el jardín infantil se volverá el siguiente meme de Facebook?
De estas acciones nacen diversos contenidos en línea como son los memes, producto de alguna imagen que un usuario subió de manera inocente a sus redes. El contenido es manipulado y divulgado por varias personas en diferentes plataformas haciendo que incremente su valor social. La información desplegada puede ser manipulada para evocar un mensaje específico, haciendo que el usuario original no tenga control de su narrativa y, en últimas, de parte de su imagen y personalidad desplegada en ese contenido.
Alrededor de 2009, por ejemplo, Andras Arató participó en una sesión fotográfica hecha con el fin de sacar contenido para bancos de imágenes. Un año después, ese trabajo se viralizó por internet como un meme bajo el nombre de Hide the pain Harold [Oculta el dolor Harold] (Arató, 2019). Como su nombre lo indica, el meme muestra la sonrisa de Antras, acompañada de una frase en donde se indica un suceso, evento o condición que indispondría a cualquiera. Así, su sonrisa oculta el dolor de lo que cualquier usuario desee escribir junto a su foto.
Las informaciones visibles que desplegamos en internet, estos ADH, guardan gran importancia, pues son una parte de nosotros que estamos mostrando al público y que puede ser objeto de uso, manipulación o abuso. En muchos casos, el uso de una imagen para la creación de un meme en internet o de un debate airado en diferentes plataformas puede tener graves consecuencias para la vida de la persona.
Por ejemplo, un mensaje controversial o que fuera de contexto, puede ser controversial, lleva al despido de un trabajador. También podemos hablar sobre cómo el uso de la imagen de un joven para un meme puede llevar a esa persona a una depresión o aislamiento por el reconocimiento de su rostro. Podríamos mencionar más casos, pero todos se dirigen a lo mismo: las consecuencias generadas por el valor que nosotros le damos a la información que compartimos en internet porque, recordemos, ese no es un espacio privado.
Así como la interacción con el entorno digital genera información visible, también produce un conjunto de información que no siempre está a la fácil disposición del usuario. Este hace referencia al seguimiento de las interacciones, las acciones y todo aquello que haga una persona en el entorno digital. De las diferentes ficciones que hemos creído con respecto a estas nuevas herramientas, se encuentra la creencia de que los servicios que usamos son gratis y pueden ser accedidos y disfrutados sin consecuencias o preocupaciones en cuanto al costo.
La realidad es que pagamos con la información que suministramos, tanto aquella visible que damos al subir datos como nacimiento, edad, nombre, fotos y demás, como también con el registro de nuestras acciones en ese entorno. Qué buscamos, a qué le damos clic, cuánto nos demoramos en una página, desde dónde estamos conectados y más, son ejemplos de aquella información que estamos dando sin ser conscientes de ello. Todo lo que hacemos deja una huella digital que puede ser registrada, vendida y comprada con el objetivo de aprovecharla para, por ejemplo, generar contenido publicitario más afín a mi movimiento en lo virtual. Actualmente, diferentes países están debatiendo las regulaciones para las diferentes empresas que funcionan en lo digital. Sin embargo, no hay una regulación general mundial, lo que significa que nuestros datos, nuestros ADH se encuentran a disposición de esas empresas, al menos de manera parcial.
Lo dicho acá no tiene por qué verse como un panorama desolador donde no hay salida ante la inminencia de lo digital, ante ese tsunami del siglo xxi. Es más, deberíamos aprovechar esta reflexión como un punto de partida para generar conciencia frente a las implicaciones de estar inmerso en el mundo digital. Entonces, ¿qué debemos preguntarnos cuando nos conectamos online? Juan José Martí y Mauricio Villegas nos brindan las siguientes reflexiones para tener en cuenta:
La lista anterior solo trae cinco ejemplos de preguntas que podemos hacernos para empezar a tener más conciencia de nuestro accionar en el entorno digital. Más allá de ver este entorno como un espacio ideal para interconectarnos con otros, es necesario empezar a verlo como una herramienta que debemos aprender a usar, tanto en términos prácticos como críticos. Un carro, por ejemplo, debe saber usarse en cuanto a su función: cómo prenderlo, ajustar los espejos, saber cuál pedal es el acelerador y cuál el freno, y muchas más cosas. A lo anterior, hay que sumarle el hecho de saber cuándo y cómo utilizar el carro: cómo pasar de un carril a otro, a qué velocidad se debe conducir, qué distancia debo tener con el carro en frente, etc. Todas estas acciones parecen ser de simple lógica y practicidad, pero al verlas más allá de su mera función, se logra observar el peso que cargan: tomar conciencia de ellas puede hacer la diferencia entre llegar normalmente a un destino o sufrir un accidente automovilístico. Reconocer el impacto moral y social a la hora de usar una herramienta es poder verla con ojos críticos y, así, empezar a tener conciencia sobre su uso y sus implicaciones.
Así, también es necesario pensar cómo estas herramientas pueden estar afectándonos tanto en lo positivo como en lo potencialmente negativo y preguntarse:
Autores como Maryanne Wolf, en su texto Reader come home (2019) o en su conferencia Neuroscience Of Reading (2019), han estudiado cómo se desarrolla el cerebro lector y en sus resultados han encontrado que el entorno digital ciertamente necesita y genera distintas formas de lectura. El lector digital y el lector analógico traen consigo distintas habilidades y necesidades en sus dos procesos, pero no son opuestos, pues funcionan ambos dentro de un mismo ser. De igual manera, pasa en los diferentes ámbitos con respecto a lo digital y lo físico. Hoy en día, somos sujetos híbridos que no pueden dejar de lado ninguna de las dos perspectivas. Ambos nos configuran y en ambos hemos establecido nuestra rutina. Con esto, solo queda volverse a preguntar ¿cómo me configuro en el entorno digital?
Arató, A. (2019, Nov 12,). Experience: My face became a meme. The Guardian (London) Recuperado de https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2019/nov/08/experience-hide-the-pain-harold-face-became-meme-turned-it-into-career
Martí, J. y Villegas, M. (6-7 de julio de 2022). ¿Qué se sabe de mí en internet y cómo me puede afectar? [Discurso principal]. Taller de la Pontificia Universidad Javeriana sobre riesgos psicodigitales, Bogotá, Colombia.
Wolf, M. (9 de noviembre de 2019). Neuroscience Of Reading [Discurso de clausura]. Conferencia Falling Walls, Berlín, Alemania. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=j6TEiV49Fa4
Wolf, M. (2019). Reader, come home (First Harper paperback edition ed.). New York, N.Y: Harper.
Estas preguntas fueron uno de los puntos focales en el taller sobre riesgos psicodigitales, realizado con los expertos Juan José Martí, doctorado en psicología, investigador sobre activos digitales humanos y director de la oenegé Cibersalud, y Mauricio Villegas, coach en alta dirección, experto en liderazgo y habilidades de negociación. Pareciera como si hubiéramos entrado en este nuevo mundo digital a través de una gran ola que nos arrastró a él. Esta pudo haber venido a través de nuestros amigos, colegas, hermanos, hijos o nietos, pudieron traer alguna pantalla a nuestras vidas: iPad, computadores o tabletas, por ejemplo. Ya seamos nativos digitales o no, lo cierto es que, por cualquiera de los dos caminos, ya fuera el social o el personal, hemos llegado a manipular alguna herramienta tecnológica, pero sin preguntarnos por las implicaciones y consecuencias de su manejo.
El entorno digital llegó con la promesa de poder interconectarnos y relacionarnos más allá del espacio físico. Con esa idea en mente, hemos creado blogs, páginas web y perfiles en redes sociales donde nos mostramos y esperamos así poder compartir con otros. Sin la necesidad de nuestro cuerpo físico para interactuar, hemos construido nuestras personalidades en este espacio virtual. Gracias a nuestro movimiento en este entorno, se han ido sumando poco a poco las piezas de los datos que dejamos en diversos blogs, documentos, aplicaciones, plataformas, suscripciones, entre otras. El resultado es una identidad que existe, que aparece al buscar información sobre nosotros en internet, pero que no necesariamente dominamos o corresponde a lo que queremos que se sepa de nuestra vida.
Esa es nuestra identidad digital. El taller que se dictó en la Javeriana, gracias al Proyecto de Planeación Universitaria Plataforma Abierta de Ciudadanías Digitales, y las reflexiones de este texto son importantes, pues nos ayudan a reconocer estos fenómenos digitales. Solo pensemos en lo siguiente: ¿qué foto tenemos de perfil en Instagram?, ¿qué información tiene nuestro perfil de Facebook?, ¿qué videos compartimos públicamente de nuestro Tiktok o en Reels? De cierta manera, tenemos la libertad de construirnos como queremos ser vistos, de construir nuestra propia narración con lo que queremos mostrar y que nos relacionen con eso. Hasta cierto punto, es cierto que a través de nuestra identidad digital muchos hemos podido conocernos y explorar diferentes rasgos propios a partir de nuestras decisiones. Sin embargo, ¿sabemos las repercusiones de estas creaciones digitales?
Lo digital: entre lo privado y lo público
Para lograr crear esta nueva identidad, debimos estar dispuestos a dar información personal que sirvió para su construcción. Es probable que no hayamos pensado mucho sobre ello al inicio y más ahora, con lo normal que es dar nuestros datos para acceder a diferentes servicios en línea. ¿Cuántos, en verdad, habremos leído los términos y condiciones de una aplicación? El problema es no tomar conciencia sobre lo que estamos dando, ni saber qué le pasará a la información suministrada.
Internet, junto con todo lo que devenga de él, es un servicio, una herramienta que toca saber cómo manejar de manera crítica y consciente. Ella, no obstante, viene cargada con ciertas ficciones a través de las cuales hemos configurado nuestras relaciones en lo digital: poder estar en contacto con muchos desde diversas partes del mundo. Junto a esta idea de conexión, viene la idea de privacidad e intimidad que uno puede llegar a tener en el entorno digital; efectivamente, uno puede estar abierto a compartir, pero algunas cosas queremos que sean solo para un grupo selecto. Servicios como las redes sociales refuerzan esta idea bajo nociones como perfiles «privados» o buscadores de navegación a través de la ventana «incógnito», donde se guarda una idea de intimidad para la persona. ¿Cuántos hemos usado modo incógnito para intentar no dejar huellas de alguna búsqueda hecha, de pronto algo personal o secreto, de pronto para ver Pasión de Gavilanes o Betty la Fea?
A la hora de manejar estas herramientas, lo mejor es adentrarse con la idea de que todo aquello en la red y todo lo que yo esté dispuesto a subir a la red es público. Mis fotos, mis comentarios, mis videos, mis escritos, todo puede llegar a ser visto o accedido por un número indefinido de gente, sin que yo tenga verdadero control sobre ello. Junto a esto, hay que sumarle el hecho de que nuestra información puede estar rondando también a través de otros usuarios con los cuales yo tengo relación: amigos, familia o colegas, por ejemplo. Todo ello configura un gran registro de información sobre nosotros que se encuentra en internet y que también son llamados por autores como Juan José Martí, Claudia Tello y Vanesa Pérez como «activos digitales humanos (ADH)».
Acerca de nuestros activos digitales (ADH)
Los ADH constituyen toda la información generada en línea del usuario como fotos, comentarios o demás. Estos pueden adquirir un valor para el usuario, a nivel monetario, social, laboral, interpersonal, mediático o demás. Desde que entramos en el entorno digital, estamos produciendo estos activos que, si no tenemos conciencia y cuidado de ellos, puede que no tengamos control de lo que les depare. Así como nosotros podemos darle valor a los ADH, otros también pueden hacer lo mismo frente a nuestra propia información. No poder limitar la influencia de los otros es uno de los peligros a los cuales nos exponemos.
Es así como, en muchas ocasiones, una entrevista callejera ha terminado por convertirse en meme de burla para transmitir ideas totalmente alejadas del contexto original; datos de contacto de personas han resultado circulando libremente por Internet, o fotos personales han sido sacadas de contexto mientras ruedan de una red a otra. ¿Será que la foto en el jardín infantil se volverá el siguiente meme de Facebook?
De estas acciones nacen diversos contenidos en línea como son los memes, producto de alguna imagen que un usuario subió de manera inocente a sus redes. El contenido es manipulado y divulgado por varias personas en diferentes plataformas haciendo que incremente su valor social. La información desplegada puede ser manipulada para evocar un mensaje específico, haciendo que el usuario original no tenga control de su narrativa y, en últimas, de parte de su imagen y personalidad desplegada en ese contenido.
Alrededor de 2009, por ejemplo, Andras Arató participó en una sesión fotográfica hecha con el fin de sacar contenido para bancos de imágenes. Un año después, ese trabajo se viralizó por internet como un meme bajo el nombre de Hide the pain Harold [Oculta el dolor Harold] (Arató, 2019). Como su nombre lo indica, el meme muestra la sonrisa de Antras, acompañada de una frase en donde se indica un suceso, evento o condición que indispondría a cualquiera. Así, su sonrisa oculta el dolor de lo que cualquier usuario desee escribir junto a su foto.
Las informaciones visibles que desplegamos en internet, estos ADH, guardan gran importancia, pues son una parte de nosotros que estamos mostrando al público y que puede ser objeto de uso, manipulación o abuso. En muchos casos, el uso de una imagen para la creación de un meme en internet o de un debate airado en diferentes plataformas puede tener graves consecuencias para la vida de la persona.
Por ejemplo, un mensaje controversial o que fuera de contexto, puede ser controversial, lleva al despido de un trabajador. También podemos hablar sobre cómo el uso de la imagen de un joven para un meme puede llevar a esa persona a una depresión o aislamiento por el reconocimiento de su rostro. Podríamos mencionar más casos, pero todos se dirigen a lo mismo: las consecuencias generadas por el valor que nosotros le damos a la información que compartimos en internet porque, recordemos, ese no es un espacio privado.
Lo que no vemos
Así como la interacción con el entorno digital genera información visible, también produce un conjunto de información que no siempre está a la fácil disposición del usuario. Este hace referencia al seguimiento de las interacciones, las acciones y todo aquello que haga una persona en el entorno digital. De las diferentes ficciones que hemos creído con respecto a estas nuevas herramientas, se encuentra la creencia de que los servicios que usamos son gratis y pueden ser accedidos y disfrutados sin consecuencias o preocupaciones en cuanto al costo.
La realidad es que pagamos con la información que suministramos, tanto aquella visible que damos al subir datos como nacimiento, edad, nombre, fotos y demás, como también con el registro de nuestras acciones en ese entorno. Qué buscamos, a qué le damos clic, cuánto nos demoramos en una página, desde dónde estamos conectados y más, son ejemplos de aquella información que estamos dando sin ser conscientes de ello. Todo lo que hacemos deja una huella digital que puede ser registrada, vendida y comprada con el objetivo de aprovecharla para, por ejemplo, generar contenido publicitario más afín a mi movimiento en lo virtual. Actualmente, diferentes países están debatiendo las regulaciones para las diferentes empresas que funcionan en lo digital. Sin embargo, no hay una regulación general mundial, lo que significa que nuestros datos, nuestros ADH se encuentran a disposición de esas empresas, al menos de manera parcial.
Algunos tips sobre el mundo digital
Lo dicho acá no tiene por qué verse como un panorama desolador donde no hay salida ante la inminencia de lo digital, ante ese tsunami del siglo xxi. Es más, deberíamos aprovechar esta reflexión como un punto de partida para generar conciencia frente a las implicaciones de estar inmerso en el mundo digital. Entonces, ¿qué debemos preguntarnos cuando nos conectamos online? Juan José Martí y Mauricio Villegas nos brindan las siguientes reflexiones para tener en cuenta:
- ¿Qué quiero mostrar y cómo me quiero mostrar en este entorno?
- ¿Cómo puede ser percibido lo que publico? ¿qué imagen perciben de mí?
- Es mejor moverse como si todo lo publicado fuera de manera pública, porque puede llegar a serlo, eventualmente.
- ¿Puedo lograr que mis ADH sean un capital para mí, que me generen valor a mí?
- El mundo digital es un gran entorno para generar nuevas relaciones, nuevos espacios de interacción. Por ello, es necesario pensar: ¿con quién quiero interactuar y de qué manera?
La lista anterior solo trae cinco ejemplos de preguntas que podemos hacernos para empezar a tener más conciencia de nuestro accionar en el entorno digital. Más allá de ver este entorno como un espacio ideal para interconectarnos con otros, es necesario empezar a verlo como una herramienta que debemos aprender a usar, tanto en términos prácticos como críticos. Un carro, por ejemplo, debe saber usarse en cuanto a su función: cómo prenderlo, ajustar los espejos, saber cuál pedal es el acelerador y cuál el freno, y muchas más cosas. A lo anterior, hay que sumarle el hecho de saber cuándo y cómo utilizar el carro: cómo pasar de un carril a otro, a qué velocidad se debe conducir, qué distancia debo tener con el carro en frente, etc. Todas estas acciones parecen ser de simple lógica y practicidad, pero al verlas más allá de su mera función, se logra observar el peso que cargan: tomar conciencia de ellas puede hacer la diferencia entre llegar normalmente a un destino o sufrir un accidente automovilístico. Reconocer el impacto moral y social a la hora de usar una herramienta es poder verla con ojos críticos y, así, empezar a tener conciencia sobre su uso y sus implicaciones.
Así, también es necesario pensar cómo estas herramientas pueden estar afectándonos tanto en lo positivo como en lo potencialmente negativo y preguntarse:
- ¿Cómo han cambiado mis relaciones?
- ¿Me muevo diferente en lo digital?
- ¿Leo o entiendo las cosas de manera diferente en lo digital que en lo físico?
- ¿Me comporto diferente?
Autores como Maryanne Wolf, en su texto Reader come home (2019) o en su conferencia Neuroscience Of Reading (2019), han estudiado cómo se desarrolla el cerebro lector y en sus resultados han encontrado que el entorno digital ciertamente necesita y genera distintas formas de lectura. El lector digital y el lector analógico traen consigo distintas habilidades y necesidades en sus dos procesos, pero no son opuestos, pues funcionan ambos dentro de un mismo ser. De igual manera, pasa en los diferentes ámbitos con respecto a lo digital y lo físico. Hoy en día, somos sujetos híbridos que no pueden dejar de lado ninguna de las dos perspectivas. Ambos nos configuran y en ambos hemos establecido nuestra rutina. Con esto, solo queda volverse a preguntar ¿cómo me configuro en el entorno digital?
Bibliografía:
Arató, A. (2019, Nov 12,). Experience: My face became a meme. The Guardian (London) Recuperado de https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2019/nov/08/experience-hide-the-pain-harold-face-became-meme-turned-it-into-career
Martí, J. y Villegas, M. (6-7 de julio de 2022). ¿Qué se sabe de mí en internet y cómo me puede afectar? [Discurso principal]. Taller de la Pontificia Universidad Javeriana sobre riesgos psicodigitales, Bogotá, Colombia.
Wolf, M. (9 de noviembre de 2019). Neuroscience Of Reading [Discurso de clausura]. Conferencia Falling Walls, Berlín, Alemania. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=j6TEiV49Fa4
Wolf, M. (2019). Reader, come home (First Harper paperback edition ed.). New York, N.Y: Harper.
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